dos
La familia Irarrázaval Correa volvía de un viaje por Europa y Norteamérica cuando Arturo cumplió 6 años. Había vivido su primera infancia en el extranjero y ahora, de regreso, circulaba entre el campo y la ciudad y recibía clases con profesores particulares. Posteriormente ingresó al Colegio San Ignacio donde recibió la primera escolarización formal.
Cuatro años llevaba Arturo Irarrázaval en el colegio cuando su padre, don Manuel José, enfermó. En 1894 le detectaron un tumor y al año siguiente se agravó. En enero de 1896 partió en el vapor Pizarro a Estados Unidos, buscando medicina más avanzada. Lo hizo junto a su esposa, Isabel Correa y su hijo Arturo. Durante ese viaje, Arturo Irarrázaval vivió la agonía de su padre. A la altura de Guayaquil, Manuel José recibió la extremaunción. Cruzaron en tren el istmo de Panamá y luego tomaron el vapor Alliance con destino a Nueva York. La embarcación arribó el 13 de febrero y una ambulancia llevó a Manuel José y a su esposa al hospital Saint Vincent’s, mientras en otro coche los seguían su hijo Arturo con una institutriz y José Eyre, subgerente de la firma Grace, quien los había ayudado en el viaje. A Manuel José lo operaron de urgencia, pero falleció al día siguiente. A la fecha, Arturo tenía 15 años. En una carta fechada el 18 de noviembre de 1959, a los 78 años, Arturo aún recordaba muy vívidamente lo que había ocurrido:
“En ese año (1896) se embarca mi padre, mi madre y yo en el vapor Pizarro, que debía conducirnos a Panamá. Mi padre había sido operado por el doctor Charlín y ansiaba llegar hasta los Estados Unidos. Antes de llegar a Panamá mi padre me pidió que no alarmara a mi mamá y que fuese a buscar un sacerdote, que con Monseñor Francisco Belmar le pusiese la Extremaunción en la madrugada de ese día, que jamás olvidaré. Desde el tren, entre Panamá y Colón se divisaban campamentos y cementerios de las víctimas de la fiebre amarilla de decenas de miles de exobreros o empleados de esa empresa que fue tan funesta al prestigio francés. Mi padre parecía sentirse mejor después de recibir los sacramentos y llegó vivo a Nueva York para morir al día siguiente a su llegada. Quedamos en U.S.A. varios meses y yo insistí en entrar al mismo Georgetown College & University donde había estudiado mi padre”.
Luego de permanecer un año en Georgetown College, su madre lo autorizó para viajar a Inglaterra, Escocia y otros países de Europa junto al reverendo John F. Wren. Los dos años siguientes los vivió interno en Inglaterra con el reverendo Wren a cargo de sus estudios. Con posterioridad escribió:
“Después de mi madre debo al Rev. John F. Wren lo que he podido hacer de bueno en mi vida por otros que no tuvieron las oportunidades mías”.
El haber tenido que enfrentar tan joven una vida lejos de su familia tras la tragedia del fallecimiento de su padre debe haber influido en que Arturo desarrollara un espíritu libre, que marcó en él un carácter fuerte y una necesidad por satisfacer su gran curiosidad a través de obtener conocimiento por medio de la experiencia práctica de la vida. De ello da cuenta, por ejemplo, la detallada bitácora que llevaba de sus viajes, anotando observaciones acerca de la geografía, actividad económica, idiomas y costumbres en los más diversos países. Posteriormente, cuando ya estaba activa la Fundación educacional que creó, preparaba pruebas para los estudiantes referidas a la asignatura de geografía.
Tres años después de que falleciera su padre, Arturo Irarrázaval Correa regresó a Chile a recibir su herencia, lo cual lo obligó a hacerse cargo de su patrimonio administrando las tierras y los bienes que le fueron legados.
El testamento de Manuel José Irarrázaval había sido abierto al año siguiente de su muerte. A Fernando Julio, hijo de su primer matrimonio, le dejó los terrenos y edificios de su querida hacienda de Pullalli y los que tenía en España; en Soria y alrededores. Luego de otras disposiciones, indicaba que el remanente debía entregarse por partes iguales a Arturo y a sus hermanos Trinidad, Sergio y Gisela.
La casa de Alameda quedaba para la sucesión conformada por su viuda, Isabel Correa. Con el tiempo, Arturo vendió sus propiedades, a excepción del fundo Cochamó y su casa de Recreo en Viña del Mar, e inició la administración bursátil de su capital en la Bolsa de Comercio. Una mirada retrospectiva a estas decisiones demuestra que Arturo tenía una visión moderna para su época al respecto, basta recordar cuántas personas que heredaron tierras se negaron a desprenderse de ellas, y con el tiempo pagaron un alto precio por ello. El cambio de siglo trajo consigo grandes cambios sociales y tecnológicos, y la sociedad que se había organizado alrededor de los campos se abrió paso a las ciudades, iniciándose un período de industrialización y expansión de estas como nunca antes en la historia.
Al iniciarse el siglo XX, Arturo Irarrázaval tenía 19 años, había heredado propiedades tanto en el norte como en el sur del país y otros recursos que debía empezar a administrar. Habiendo heredado propiedades agrícolas no es de extrañar que incursionara en los negocios en ese rubro. En octubre de 1900 llegó por primera vez a Argentina. Él mismo describe así su descubrimiento del vecino país:
“Divisé y pisé por primera vez tierra argentina en el mes de octubre de 1900 desde más de 4.200 metros de altura en la provincia de San Juan, en la parte que deslinda la Hacienda de Illapel, de la que había heredado la tercera parte. Esta deslinda en más de 24 kilómetros con San Juan y se divisa desde Tres Portezuelos la pequeña ciudad de Calingasta. Imperaba un vendaval tan fuerte que tuve que adelantarme a pie y al día siguiente pude pasar por otro portezuelo y matear entre algunos peñascos en tierra argentina”.
Algunos años después, su amigo Víctor Robles describió las actividades que realizó durante ese tiempo: “Terminados sus estudios en Londres, regresó a Chile y se fue a trabajar en las montañas de Nahuelbuta. Estudió el comercio de traer animales de Argentina. ¡Fracaso completo! Pero, al año siguiente, fue en persona desde Nahuelbuta a Bahía Blanca (Argentina) a caballo; volvió con grandes cantidades de animales, después de recorrer centenares de leguas, soportar temporales en la cordillera de los Andes, obtuvo una muy buena utilidad en dinero (...) Por último, se dedicó a negocios bursátiles en diferentes partes del mundo, y en todo con buen éxito”. Él mismo relató posteriormente esa experiencia de la siguiente forma:
"A fines de abril de 1903 llegué en mula a Las Cuevas con mi amigo Sixto Quezada Lezica, tomando el tren en Las Vacas. Visité muchas estancias importantes, incluyendo Cochcó, la Curumalán y la de Pereira y Peña cerca del Tandil; allí embarqué más de 1.300 vacunos en un tren especial para Punta de Rieles en la confluencia del Neuquén con el Limay. Personalmente me dirigí por la Plaza Huicú a Zapala a caballo y días después, tuve que llegar, en parte a pie, al paso del Arco a causa de las grandes y tardías nevadas del mes de octubre y llegué a caballo hasta Victoria por el paso de Lonquimay”.
A medida que transcurrían los años se dedicó a cuidar sus finanzas cada vez con mayor precisión, llevando un detallado estudio de sus cuentas. Por medio de un documento que tuvo que hacer en 1940 se observa que muchas de las propiedades heredadas las vendió antes de esa fecha y que poco a poco se hizo de una fortuna invirtiendo en acciones tanto en Chile como en el extranjero. A su vez, durante su permanencia en Chile hasta 1909 se hizo conocido como una persona que gustaba de la vida social junto a amistades y conocidos, a ello agregaba su gran afición por el baile, la práctica del tenis y el disfrute de la vida al aire libre. Su amigo Víctor Robles lo describió como “poeta y medio filósofo, aunque no muy amigo de la gramática de Bello como él mismo reconoce. Amaba las ‘carreras a la chilena’ y todo lo relativo a la cultura campestre. Aficionado a la lectura y estudioso de la geografía y de la economía. De pensamiento político conservador, demostró siempre un gran espíritu cívico y compromiso social, consecuencia de la fe católica heredada de sus antepasados”.
En 1909 falleció su madre. Ella se encontraba en Europa, enferma, y Arturo viajó para acompañarla. En ese mismo viaje conoció a Georgina Llobet Cullen, joven argentina a quien hizo su esposa en Buenos Aires al año siguiente.
Georgina era hija del destacado médico Andrés Francisco Llobet y López Cuello (1861 - 1907) y María Luisa Cullen. El doctor Llobet se distinguió desde muy joven por su dedicación a sus pacientes y a la investigación científica. Inquirió en la naciente área de la neurología a fines del siglo XIX y fundó el Hospital Rawson de la ciudad de Buenos Aires, donde hoy se exhibe un monumento a su memoria. Durante su carrera publicó en Buenos Aires y en Europa innumerables trabajos sobre distintos temas médicos, inventó aparatos e instrumentos de cirugía y un alimento a base de maíz llamado chocloina, el cual fue premiado en una exposición en Chicago, Estados Unidos. En 1895 hizo traer de París el primer aparato de rayos X y en 1898 publicó en Buenos Aires y París su obra en dos volúmenes “Onze années de Pratique Chirurgicale”. Falleció en 1907, a los 46 años de edad. En los textos “Historia de la medicina en el Río de la Plata” del doctor Eliseo Cantón e “Historia de la cirugía argentina” del doctor José Arce se encuentran notas biográficas acerca de su persona.
En diciembre de 1910, a los 29 años de edad, Arturo Irarrázaval Correa y Georgina Llobet Cullen contrajeron matrimonio en Buenos Aires. Fueron padrinos por parte del novio Manuel Tocornal y su señora doña Elvira Matte, a la fecha embajadores de Chile en Buenos Aires. Posteriormente la pareja partió de viaje a Egipto, Grecia y Europa continental. Al volver de su luna de miel, después de quedarse en Argentina durante un tiempo, se instalaron en Chile, donde Arturo Irarrázaval inició su vida en la política.
De esa época son las primeras publicaciones que hizo de sus viajes en El Diario Ilustrado. Posteriormente, además de Europa, recorrió África, Asia, Medio Oriente, América y Rusia. Sus descripciones de las travesías se transformaron en retratos de época, y daban cuenta, asimismo, de su espíritu aventurero y emprendedor. Se puede observar por medio de sus cartas que recogía ideas durante los viajes y, al igual que su padre, observaba situaciones que eran replicables tanto en Chile como en Argentina. Por ejemplo, respecto de un viaje a Canadá escribió:
“En 1925 yo estuve varias semanas en Canadá y desde Quebec, en el vapor St. Lawrence que remonta el río de ese nombre hasta el lago Ontario y llega hasta Toronto. Cobra 20 dólares canadienses por 3 noches y 2 días pasando entre las llamadas mil islas del Ontario. La orquesta de a bordo alternaba con gramófonos y se bailaba hasta las 3 a.m. La mayoría de las pasajeras dormían en sillas de lona y pasaban el día en leves trajes de baño. Pagando sólo 3 dólares por noche, la comida era aparte y a la carta... ¿por qué no aprovechan así el Plata y el Paraná?”.
Según relata él mismo en una carta, hasta el 31 de diciembre de 1956, a los 75 años, momento de su último viaje en barco, había navegado en total 737 días en mares, ríos y lagos, entre los cuales se cuentan 19 llegadas por mar a Europa continental.
En política siguió los pasos de su padre y hermanos militando en el Partido Conservador. En marzo de 1915, a los 34 años, conquistó por primera vez el escaño de diputado por Illapel, Salamanca, Ovalle y Combarbalá tras una exhaustiva campaña. Una vez en el Parlamento integró la Comisión de Policía Interior y de Hacienda. Le preocupaba la conectividad del país, la cual era muy deficiente. Se refirió en la Cámara en numerosas oportunidades, a su importancia para el desarrollo del país. Hay una notable intervención suya que refleja no solo su conocimiento, sino también su fino sentido del humor. Se refirió al Ferrocarril Longitudinal y he aquí lo que dijo y quedó registrado por el Congreso de la forma en que a continuación señalamos:
“He pedido la palabra para insistir en las observaciones que, con motivo del mal servicio del ferrocarril longitudinal, formulé en sesiones pasadas. Estas observaciones no han merecido aún respuesta del señor ministro de Ferrocarriles y, por lo tanto, rogaría al señor Presidente se sirviera mandar un oficio al señor ministro para saber en qué sesión tendremos el honor de oírle. Podría desde luego traer a la Honorable Cámara muchos antecedentes para demostrar que la explotación del longitudinal se hace en una forma deficiente y altamente perjudicial para el Estado y, también, para los habitantes de los territorios que atraviesa.
Para que la Honorable Cámara vaya formándose una idea, voy a exponerle una de las combinaciones de trenes que resulta verdaderamente ingeniosa. Y digo ingeniosa, pues difícilmente pudieran acumularse mejor la incomodidad para los pasajeros, la pérdida de tiempo y la falta de aprovechamiento del material rodante. Supóngase, señor Presidente, que Su Señoría desee visitar Los Vilos por algún negocio urgente. El tren sale de Cabildo los días miércoles a la 1 p.m. y el desgraciado pasajero llega a Los Vilos ciento cuarenta y nueve horas y cincuenta minutos después, se entiende, si no ha sufrido atrasos en su itinerario. Como la distancia es de ciento sesenta y cuatro kilómetros, tenemos que el término medio total es de poco más de un kilómetro por hora. Es cierto que de estas horas debe permanecer alojado en la estación de Choapa desde las ocho de la noche del día martes hasta las dos de la tarde del miércoles siguiente. Dígame la Honorable Cámara si esta combinación de trenes no es verdaderamente ingeniosa”.
Y sigue:
“Pero continuemos el viaje. El pasajero ha llegado a Los Vilos a las cinco cincuenta de la tarde del día martes y debe permanecer en visita forzosa hasta el próximo miércoles a las 7 a.m., llegando a la estación de Choapa a las diez cuarenta y cinco minutos. Pero el tren para Santiago ha partido una hora antes, de modo que el pasajero tiene que resignarse a un nuevo veraneo de siete días en esta feliz estación. Resumiendo, un viaje por ferrocarril de ida y vuelta a Los Vilos ocupa necesariamente veinte días, tiempo suficiente para llegar a Europa. Para no cansar a la Honorable Cámara, no citaré otros itinerarios igualmente ingeniosos, como el de Cabildo a Salamanca; pero insistiré en que me conteste el señor ministro cuánto tiempo han estado en vigencia y cuánto durarán y quiénes son los responsables de ellos”.
Sobre el tema insistió en varias ocasiones durante 1915 a 1918. Y en cada una aportó datos certeros, diagnósticos muy claros y soluciones. Dijo:
"Se crea un círculo vicioso: disminuyen los pasajeros por falta de trenes y merman las entradas por falta de pasajeros. Cuando transbordamos al Longitudinal parece que cruzásemos una frontera, y efectivamente… cruzamos la frontera entre las provincias regalonas del Gobierno central y las mal queridas del norte. Los directores de nuestros ferrocarriles no han sabido apreciar a su debido valor el factor tiempo, factor predominante en todas las explotaciones industriales”.
A su juicio, se gastaba en exceso en el uso de locomotoras que podían ser reemplazadas por los carros motores. Estos últimos podían hacer el mismo trayecto en menor tiempo y abaratando los costos, explicaba:
“Inútil me parece insistir en los perjuicios que acarrea a esa valiosa región la demora en el servicio de correspondencia que llega una vez por semana y la falta de medios rápidos de comunicación que podrían subsanarse sin un gasto apreciable cambiando el actual sistema de tracción”.
En su trabajo parlamentario se distinguió también por su preocupación por las arcas fiscales, en una intervención acotó:
“Hay varias maneras de nivelar los presupuestos: Una, la de objetar decretos de pago, dejando sin pagar lo que se debe. Pero hay otras: la de cobrar las sumas que se adeudan al Fisco. Esta es a veces ingrata y difícil de cumplir, por los intereses particulares que hiere. Por ejemplo, en el artículo 3.0, inciso 2° de la ley de concesión del Ferrocarril Trasandino se establece que, si el tráfico queda interrumpido por más de cuarenta días, el empresario pagará ciento cincuenta libras por cada día que la interrupción exceda de este plazo. Ahora, tenemos que en 1914 estuvo interrumpido el tráfico ciento sesenta días. Por lo tanto, correspondían ciento diez por ciento cincuenta, igual dieciséis mil quinientas libras”.
Luego sigue con sus cuentas:
“En 1915 está paralizado desde el 25 de mayo; de modo que el erario debe cobrar ciento cincuenta libras diarias desde el 4 de julio en adelante”.
Visionario, manifestó en el Congreso lo conveniente que era que el Estado creara una nueva compañía de teléfonos que compitiera con la de propiedad de los ingleses que operaba en ese momento, como una forma de mejorar el servicio. Recomendó hacer en este proyecto una inversión, dado que los principales clientes eran servicios públicos.
Durante las comisiones en que participó se abordaban las cuentas pendientes del Estado; la exportación de productos agrícolas; la protección a la Marina Mercante Nacional; un empréstito para la pavimentación de Santiago; el establecimiento de nuevas contribuciones; la internación de ganado; modificaciones a la Ley de alcoholes; de imprenta, etc. En 1916 ya trataban un alza de tarifas del Ferrocarril Longitudinal; un proyecto de construcción del mineral El Teniente; clausura de cantinas y represión al alcoholismo; construcción de un puente en Antofagasta; un proyecto de creación de reformatorios de niños delincuentes en cabeceras de provincias; nuevamente fondos para la reparación de puentes, carreteras y caminos públicos; la prohibición de pertenecer a sociedades secretas, y su propuesta, la organización de la Empresa Nacional de Teléfonos.
En 1917 la comisión se dedicó a la reorganización de los servicios de beneficencia pública aprobando recursos para ello. Concedían el uso de un terreno en Valparaíso para la Liga contra el Alcoholismo, que era un problema serio en la época, y trataban, entre otros temas, la rebaja al impuesto del azúcar.
En 1918 nuevamente lo eligieron diputado, esta vez por Valparaíso y Casablanca, y luego se abocó enteramente a la Comisión de Hacienda. En parte de su discurso pronunciado al volver al Parlamento, el 19 de junio de 1918, se lee:
“En Valparaíso hay una estación de carga que se llama del Barón y que constituye una verdadera mancha para la civilización de Chile por las condiciones en que allí tienen que trabajar los obreros. Yo no creo que la Empresa de Ferrocarriles tenga el derecho de considerar a sus empleados como esclavos. Porque, en realidad en esa estación los obreros trabajan como esclavos de galeras, sumidos en un barro pútrido e insalubre. Esto es lo que sucede ahora. Acabamos de despachar el Código Sanitario y se ha creado para el cumplimiento de esa ley un personal que creo será idóneo y que tendrá que tomar nota del verdadero atentado que se hace a la higiene pública con lo que sucede en esa estación. Hay allí carga que mañana será enviada a los puertos del norte, y compuesta de papas y arvejas, maderas y otros elementos menos delicados. Pues bien, esa carga está depositada en el barro, compuesto de excrementos de los caballos que llevan esa misma carga y de los desperdicios, que allí arrojan los desagües que fluyen alrededor de ese sitio”.
El 22 de noviembre de 1918, en otra sesión de la Cámara, plantea la necesidad de abaratar los productos de consumo –en especial, los alimentos–, generando gran polémica. Dijo que no se puede justificar la protección de la producción nacional vía aumento de los aranceles de importación, si ello implica un aumento en el costo de la vida del pueblo. Al respecto propuso un proyecto de ley que planteaba, entre otras cosas:
“Libere de derechos de internación a ciertos artículos de consumo indispensable, y de un derecho sobre la exportación de otros igualmente necesarios, como son el trigo, los frejoles, la harina”.
También abordó el tema de la carne, responsabilizando a la ineficiencia del servicio de trenes por el alto precio que deben pagar los consumidores en Santiago.
“La lentitud y pésimas condiciones de carga hacen que las pérdidas para los productores nacionales superen los 16 pesos oro que se pagan por cada animal que se importa por la cordillera. Ese es el impuesto que pagamos a la ineptitud, a la ignorancia, a la estulticia de los que dirigen la Empresa”. Para superar esta situación propuso, entre otras cosas, “obligar a todas las empresas de transporte de animales a darles de beber y comer a los animales toda vez que por cualquier motivo los tengan 48 horas encerrados en sus carros”.
Otros temas tratados en su etapa parlamentaria fueron el arrendamiento de buques alemanes; la construcción del camino de Valparaíso a San Felipe y Los Andes; la exportación de cobre y hierro y la exención del pago de contribuciones a pobladores de Copiapó que resultaron con sus casas destruidas por causa de un terremoto.
De toda su participación parlamentaria queda en evidencia su preocupación por el aumento en el costo de la vida y las condiciones de los más desfavorecidos, cuestión que siempre fue un tema que le preocupó sobremanera, al igual que el buen uso de los fondos públicos.
Virgilio Figueroa en su “Diccionario Histórico, Biográfico y Bibliográfico de Chile” escribe:
“Ha sido diputado en varias legislaturas. Representa las tradiciones de sus antepasados. Ha terciado en debates de trascendencia y su voz se ha oído con agrado, sobre todo en asuntos económicos, que conoce teórica y prácticamente, como que ha actuado hace tiempo en negociaciones bursátiles y bancarias en calidad de corredor de la Bolsa. Ha sido accionista, organizador y director de numerosas instituciones comerciales y mineras. En 1920 suscribió veinte mil acciones de la Compañía Carbonífera de Arauco. En su acción legislativa y periodística, se ha mostrado vehemente, pródigo en ideas e inspirado en propósitos sanos y constructivos. El 1919 abogó por que se ampliaran los horizontes de trabajo a la mujer y se le diera cabida en los correos, telégrafos, boleterías ferroviarias, oficinas de reclamo e informaciones, notarías, bancos, escuelas, etc. Idea que ha tenido aplicación y producido buenos resultados. Fue muy aplaudida la insinuación que hizo aquel año (1920) para que un aviador chileno acompañara al aviador Locatelli en su viaje de regreso a Buenos Aires. Como diputado por Valparaíso, ha tenido actuación brillante y ha patrocinado causas de interés público, y lo mismo ha hecho en la prensa. En 1925 publicó algunos artículos para combatir la empleomanía y el exceso de empréstitos extranjeros. En uno de ellos decía que para remediar la hacienda pública no se necesitaban exposiciones acerca de su estado, sino realizar economías efectivas, ya que los empréstitos externos para saldar datos ordinarios eran el preludio de la intervención extranjera en los pueblos que no saben gobernarse. En otro artículo de agosto de 1926, impulsaba la disminución de la tasa de interés y demostraba las ganancias que obtendría el país, si el Banco Central consiguiera bajar esos intereses del 10 al 5 o 6 por ciento, como se obtiene dinero en los mercados neoyorkinos y londinenses. Ha realizado numerosos viajes por el nuevo y viejo continente y al principio y al final de ellos, ha dado suntuosas recepciones sociales”.
En 1919 terminó su segundo periodo como diputado y se dedicó a actividades privadas. Por esta época pasa a ser director de la Bolsa de Comercio de Santiago, llegando en el año 1924 a ser Presidente de la misma, cargo que ocuparía hasta 1925, cuando renuncia. También fue director de la Compañía Minera Domeyko, de la Compañía Azucarera Industrial de Tacna y de la Compañía de Seguros Alsacia. Mantuvo su vínculo con la agricultura y con la explotación minera tanto en el norte como en el sur del país. Entre las actividades empresariales que él mismo destaca cuentan el haber sido varias veces inspector de bancos y fundador del Banco Hipotecario Nacional y de la sociedad El Descuento Comercial. Colabora en la comisión mixta de Senadores y Diputados que informó sobre el actual Banco Central.
En otra línea de actividad participó escribiendo en el diario La Unión y en El Diario Ilustrado. En este último, en 1926, escribió una notable columna, donde advierte acerca del peligro que se está produciendo en el país a causa de algunas leyes sociales e impuestos excesivos.
Arturo Irarrázaval y su esposa se radicaron en el extranjero. Vivió en Europa fundamentalmente, y también en Argentina. En los países donde residió se acercó siempre a la Embajada de Chile para ofrecer sus servicios de apoyo al embajador. En Europa fue secretario de la embajada en Roma y luego agregado en Austria y consejero comercial en Hungría (1936), cargo que mantuvo hasta la invasión nazi. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial trasladó su residencia a Argentina, desde donde hacía viajes periódicos a Chile, particularmente en verano, a su casa en Recreo, Viña del Mar. Tanto en Europa como en Argentina y en Chile se dedicaba a la actividad bursátil, adquiriendo una experiencia notable de los mercados internacionales, lo cual sería extraordinariamente provechoso cuando inició su más grande emprendimiento y legado, la Fundación Arturo Irarrázaval Correa en 1920.